El esoterista suizo, mezclando fantasías mitológicas e ideales masónicos, vio en esta figura a Hércules en una encrucijada entre el vicio y la virtud, que es el símbolo de las pruebas interiores a las que se ve sometido cualquier iniciado en los misterios de la vida.
Bajo la mirada de Cupido (que simboliza la energía volitiva), el iniciado se cruza de brazos ante las tentaciones: no se deja sojuzgar por las pasiones, pero “economiza el deseo”. De este modo, el iniciado adquiere un poder interior que le permite proseguir su camino hacia el conocimiento.
Bajo la mirada de Cupido (que simboliza la energía volitiva), el iniciado se cruza de brazos ante las tentaciones: no se deja sojuzgar por las pasiones, pero “economiza el deseo”. De este modo, el iniciado adquiere un poder interior que le permite proseguir su camino hacia el conocimiento.
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