Jung & el Tarot: Un viaje arquetípico
Los inquietantes naipes que integran el Tarot han sido objeto de diversos enfoques: el más frecuente los considera como un artefacto adivinatorio; el más inquietante los reconoce como páginas del legendario "libro de Thot", dios de la sabiduría, contador de estrellas, inventor de la escritura, maestro de las palabras de poder y de su correcta pronunciación. La primera tendencia ha producido una lamentable literatura consistente en manuales plagados de recetas para leer la ventura; la segunda abunda en confusas especulaciones "esotéricas" que casi siempre encubren ideologías discutibles. El presente libro no incurre en ninguna de estas vulgaridades sin, no obstante, renunciar a ambos enfoques.
Quienes ven en el Tarot el "libro de Thot", que no es otro que Hermes Trismegisto, personificación del discurso divino, recurren a una metáfora que expresa la convicción de que sus símbolos son portadores de conocimiento. La cosa se complica cuando se trata de determinar en qué consiste tal conocimiento: rosacruces, aficionados a la cábala, teósofos y ocultistas de diversas tendencias presintieron en esta baraja un posible modelo del universo. No me refiero a un modelo "intelectual", que propende a una explicación, sino más bien a una construcción "simbólica" que apunta a una toma de conciencia.
En este sentido "conocer" no implica disponer de una teoría o de un conjunto de informaciones, sino ante todo "devenir consciente" y así transfigurar la existencia. Sallie Nichols apuesta por esta concepción, sin tener que asumir los riesgos de una metafísica: el modelo que descubre en el Tarot no es otro que el despliegue mismo de la vida anímica. y para ello apela a un lenguaje hermosamente diseñado a tal fin: la psicología de Jung. Puede afirmarse un poco en broma que Jung no era tanto un psicólogo preocupado por temas del ocultismo -conocidas son sus obras sobre alquimia, gnosticismo, teología, etc. - sino más bien un ocultista disfrazado de psicólogo. Con ello se alude al hecho de que su pensamiento reformula una visión muy antigua -"perenne"- a través de un lenguaje contemporáneo; él mismo sostenía que la verdad eterna necesita del lenguaje humano, que varía con el espíritu de la época. Y una de las tesis fundamentales de Jung es que en el alma hay un proceso autónomo, independiente de las circunstancias, que aspira a una meta, al que denominó "proceso de individuación". Así, nos encontraríamos con dos sujetos de la existencia: por una parte el sujeto consciente, el "yo" más o menos diurno, y por la otra el sujeto integral de tal proceso autónomo, con el cual el "yo" puede cooperar o luchar y al que habitualmente desconoce. A este segundo sujeto Jung lo llamó "sí-mismo". Esta concisa exposición, errónea por su misma brevedad, destaca un factor dramático en el desarrollo de la existencia. El pensamiento de Jung es la explicitación y aproximación a este drama íntimo que, si bien compromete a la faceta consciente de la personalidad, acaece en gran parte más allá de sus fronteras, en esa región misteriosa llamada "el inconsciente".
Es por ello que el proceso de individuación no se expresa por conceptos -que atañen a la consciencia- sino por símbolos, que abarcan tanto la consciencia como el inconsciente. Sallie Nichols, utilizando el lenguaje de Jung, adivina en el despliegue del Tarot una especie de mapa de este viaje interior en el cual todos nos hallamos embarcados. El mismo Jung consideraba que su pensamiento reformulaba la problemática que tanto obsesionó a los alquimistas: el libro de Nichols, al recurrir a Jung, no deja de vincularse así con Hermes Trismegisto, patrono de la alquimia. y si, como bien señaló Bachelard: "con su escala de símbolos, la alquimia es un memento para un orden de meditaciones íntimas", el Tarot se revela como un ordenamiento simbólico sorprendentemente adecuado para tan amorosa meditación.
¿Y qué hay de la adivinación? Si por tal entendemos no tanto la predicción de acontecimientos como la comprensión del destino, entonces la adivinación no consiste sino en la revelación del proceso alquímico. En efecto, ya Heráclito afirmó en el siglo V a. de C. que "el carácter (ethos) es, para los hombres, su destino (daimon)". Presiento aquí la misma convicción que llevó a inscribir en la entrada al oracular templo de Apolo en Delfos la máxima: "Conócete a ti mismo". El "ethos" es el genio configurador del destino. Conocer el propio destino implica reconocer la propia índole. La psicología entera de Jung aparece como la dilucidación de este aserto. Porque si en la existencia nos hallamos comprometidos en un proceso anímico autónomo que tiende a una meta, ésta constituirá nuestro destino. y los acontecimientos, que no son sino las situaciones a través de las cuales discurre nuestro viaje, sólo devienen transparentes una vez comprendidos como tales.
Las imágenes del Tarot no significan personas, cosas o acontecimientos, sino que proyectan a las personas, cosas y acontecimientos dentro del contexto de la ineludible odisea anímica. De ahí que pueda afirmarse que, cuando se consulta el Tarot, no son las cartas lo que hay que leer: lo que debe leerse es la propia vida. Los símbolos no se resuelven en situaciones, sino que sugieren el significado de las mismas. Por ello recogen lo que hay de más inmediato en la experiencia básica, que es siempre nosotros mismos, nuestras pasiones sordas, nuestros deseos inconscientes, para destilarlo en comprensión, esto es, en consciencia. En este sentido, el libro de Sallie Nichols abarca la faz adivinatoria del Tarot, que es corolario de su vertiente meditativa.
Medio de autoconocimiento, de descubrimiento del "ethos", el Tarot es, por lo mismo, un medio de adivinación: reconocimiento del "daimon" que orienta el viaje del que somos, a menudo sin sospecharlo, punto de partida, transcurso y meta. Nichols abarca ambas dimensiones con elocuente brillantez. Si su claridad y su lenguaje coloquial son de agradecer, no lo es menos su enfoque, el cual, eludiendo las exageraciones y las supersticiones que amenazan a toda aproximación al Tarot, nos ayuda a conocer la riqueza de sus símbolos y, con ello, a conocemos a nosotros mismos.